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19 de diciembre de 2011

Mi vivencia del 19 y 20 de diciembre


Indefectiblemente, siempre que empiezo a conocer a alguien le pregunto que estaba haciendo el 19 y 20 de diciembre. Como ese relato me atrae sobremanera, ofrezco mi propia vivencia personal.

Previo a que estallasen las protestas masivas (aunque los movimientos de desocupados ya venían desplegando una actividad furiosa desde el 2000), mis empleadores de la CEPAL habían decidido que yo y los restantes encuestadores nos abstuviésemos de salir a encuestar porque la calle no ofrecía condiciones de seguridad mínimas. Como nos pagaban por cuestionario completo, la noticia no era alentadora. Pero lo cierto es que el clima estaba enrarecido desde bastante antes del 19 y el 20. Caminando las calles del Once con mi portafolio, mi pilón de encuestas y lapicera en mano, he sido testigo de súbitas corridas…no bancarias…corridas de los comerciantes por cerrar sus locales ante rumores de saqueos. Las persianas metálicas iban cayendo una a una, como contagiadas por el furor de la persiana vecina. Siempre suceden estas cosas cuando se acercan las fiestas, se consolaba uno; pero sin llegar a captar la singularidad de lo que se tenía enfrente.

A medida que los ministros de Economía dejaban sus funciones (primero Machinea, para que asumiera López Murphy y anunciase el 13% de recorte para trabajadores estatales y la posibilidad de un arancel en la universidad pública), se aceleraban las reuniones militantes en la Facultad de Sociales. Desde que había ingresado a la facu, el año anterior, militaba de forma independiente. Nos llamábamos Autogestión, nos concentrábamos en la producción autogestiva de apuntes organizando a los cursos (para combatir el sobreprecio que imponía la Secretaría de Apuntes, que visualizaba a la fotocopiadora como un kioskito para que el Centro de Estudiantes se financiase, situación que hoy en día se mantiene). Quienes nos miraban de lejos, podrían llegar a describirnos como una mezcla de anarquistas con fumones y seguidores de Manu Chao.

Cuando se anunció el estado de sitio, recuerdo haber conversado del tema con dos compañeros, preocupado, mientras avanzábamos de la plaza Pizzurno hacia la sede de Marcelo T. Llegamos e inmediatamente comentamos las circunstancias fatídicas con otros compañeros. La reunión con la mayor cantidad de gente posible se hacía de imperiosa necesidad.

Recuerdo esa cumbre como si hubiera sido ayer. Había una combinación de pesimismo y presagio de represión, con esperanza insurreccional. Nadie avizoraba la caída de De la Rua que acontecería al día siguiente. Pero de alguna manera se olían los 36 muertos que serían el saldo de esas jornadas. En el debate atesoré cosas insólitas, especialmente de los compañeros más experimentados. Se insistía con que había que repetir los métodos de seguridad de los ’70, a saber: no llevar encima agendas ni números telefónicos, aprenderse los números de los compañeros más cercanos de memoria. Según un experimentado militante del Viejo Topo (cercano a Autogestión) cuando te encontrabas con un compañero se debía dedicar el primer minuto a inventar un tema de conversación inocente, por ejemplo, el resultado del partido entre Boca y Gimnasia de la fecha pasada, con el propósito de que, en caso de que los dos militantes sean requisados e interrogados por la policía en forma separada, poder compadecer con la misma temática inocua.
Eso no era todo. Según el mismo activista (que a esta altura ya me estaba situando mentalmente en los 70 y poniendo muy tenso) sugería que la facultad (que en breve estaría repleta de servicios) no era un buen lugar para mantener reuniones. Sería preferible reunirse en reducido número en las salas de espera de hospitales. Allí nadie sospechaba de nadie y era más fácil estar seguros y sin vigilancia.

Luego se debatió el momento político y se hizo una lectura sobre los acontecimientos de público conocimiento. Me sorprendió que nuevamente eran las personas ideológicamente más cercanas al marxismo clásico quienes justificaban los saqueos que se habían estado repitiendo desde comienzos de diciembre. “¿Por cuánto tiempo los comerciantes se han apropiado de plusvalía? No se dan cuenta que el margen que obtiene el comerciante se opera por una transferencia de plusvalía de la esfera de la producción a la esfera de la distribución. Los comerciantes, que no son ningunos inocentes, participan, son actores necesarios, en la extracción de la plusvalía de la clase trabajadora”, cerró su fría (férrea) intervención Cecilia, si mal no recuerdo del Viejo Topo. Pero a mí la imagen del chino llorando desconsoladamente en las puertas de su supermercado destruido me indicaba que el argumento de Ceci no podía ser suficiente para dar cuenta de la cruel realidad.

Salí de la reunión apesadumbrado y temeroso. Desconfiando de servicios invisibles y sintiendo que mi destino no podía ser muy distinto al de los Montos chupados y picaneados. Ese día a la noche, me encontraba viendo Lanata con un sabor agrio en la boca y el cuello duro. Cuando de repente oí aquello que era una novedad, pero en los meses siguientes sería la norma: los primeros ruidos de cacerolas. Salí al balcón y no lo podía creer: se estaban reuniendo manifestantes en Cabildo y Lacroze, desafiando el estado de sitio, resistiendo con sus cuerpos a un gobierno moribundo que no se iría sin causar antes el daño suficiente. Rápidamente (y desafiando tanto la autoridad del Estado como la de mi padre que era Ley en mi hogar) enfilé rumbo a la vereda, para acompañar a mis vecinos. Pronto se dirigirían a la entrada de la vivienda de Videla. Parece que el estado de sitio les hizo recordar a Videla antes que a ningún otro. Y sí, tener al mayor hijo de puta viviendo en el coqueto punto de la ciudad de Cabildo y Maure no es para menos.

Esa masa anónima y sin credenciales ni íconos (esto es bastante shockeante y satisfactorio la primera vez que se lo experimenta) se uniría a otra en el camino para finalmente confluir en el Congreso. Fue una verdadera fiesta hasta que fuimos reprimidos. Pero eso se iría instalando como la costumbre. El Año Nuevo del 2001 lo pasé en casa de amigos y compañeros militantes. Brindamos y a las 00:10 ya estábamos cortando Juan B. Justo y San Martín. Semejante festejo anticipaba de forma acabada los días que se vendrían.

1 de diciembre de 2011

Semblanza de Marruecos


En Rabat y Marrakesh hace calor hasta fines de noviembre (la altura de Marrakesh no cambia las cosas).

La primera es una ciudad de embajadas y oficinas gubernamentales acompañadas de hoteles y restaurantes de lujo, de esos que alojan reuniones importantes. Los hoteles marroquíes parecen recuperados de la época colonial cuando prestaban su servicio para acomodar la fantasía orientalista de los colonos franceses y el deseo de sus cipayos.

Las noches de Rabat son atravesadas por fantasmas, jóvenes que deambulan por las calles casi vacías con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha. Dos muchachos amenizan su marcha con una petaca de alcohol. La esconden inmediatamente cuando sienten la presencia difusa de una sirena. Luego aparece el vehículo, un patrullero de la “Seguridad nacional” (cuando una Policía no se llama Policía se hace difícil no pensar en “1984”) .

De cualquier manera, los oficiales de seguridad uniformados no abundan. En Marrakesh, la ciudad más turística, la gente se aproxima con confianza a la plaza Djema bañada por la oscuridad (una gran explanada librada para artistas, rodeada de cafés con terraza y flanqueada por el sok o mercado). En un lugar con la densidad poblacional de Florida y Lavalle y el intercambio de dinero del Mercado de Liniers casi no se atesoran policías uniformados. En cambio, los servicios encubiertos, que se intuyen por todas partes, refuerzan el efecto panóptico.

Hay poco lugar para las bicis en un sitio en que se avanza como se puede. Motos, peatones y, de ser físicamente posible, autos comparten los mismos callejones. Más por imposición de los motorizados que por ánimo de convivencia. Si se es peatón la fórmula es caminar siempre para adelante en línea recta sin detenerse, pues los motociclistas cuentan con que uno no modificará el recorrido. De lo contrario acontece el accidente. Presenciamos dos en el transcurso de cinco días.

Vi en la TV una publicidad de Activia protagonizada por actrices árabes. Y con esto creo haberlo visto todo. Como si las mujeres de la región no tuvieran suficientes problemas con la notoria desigualdad, la opresión y la violencia contra su género, también parecen preocupadas por el tránsito lento.

Sí, la mujer es un tema, tanto como uno imagina antes de visitar el país. Quienes usan el hijab, parecen orgullosas de su hábito y no reconocen la existencia de diferencias entre hombres y mujeres (ni siquiera las visuales y aparentes que el mismo hijab impone). Las islamistas contagian: hasta las mujeres seculares se visten con recato. De pantalón de jean, pero con recato.

Ancianos barbudos y maltrechos se reúnen a sacudir los tambores en la plaza Djema de Marrakesh. Entre ellos revolotean aves de corral, salidas de no se sabe dónde (no se entiende el significado de las aves en ese sitio, si es que lo tuviera). Uno de los músicos provee a los demás té de menta en copas de cristal. La música que tocan vibra como la música latina: candombe, cumbia colombiana o capoeira. El parecido es poderoso. La influencia negra penetró tanto en el norte de África como en Latinoamérica. La música popular es africana en todas partes. Y en Marruecos se siente universal. Entonces es cuando uno piensa la posibilidad antes evasiva de una universalidad negra, de una universalidad construida desde el margen.

Y si hablamos de márgenes, hay que reconocerlo: los marroquíes cuidan mejor a sus niños que lo que lo hacemos en Argentina. Aunque de vez en cuando se observa a criaturas marroquíes pidiendo en la calle, esta imagen no se repite tanto ni tiene la misma fuerza disruptiva que los chicos argentinos en edad primaria con su ropa hecha girones, su salud y aspecto físico lamentables y la compañía infaltable del pegamento.

Tanto en Rabat como en Marrakesh hay trapitos y tenderos acostumbrados al regateo. Los trapitos emprenden peleas territoriales feroces. Los tenderos del mercado son más previsibles y si no uno evade sus insistentes llamados (negándoles hasta la mirada) abandonan su ímpetu. La clave está en preguntar el precio, retirarte decepcionado de la tienda y esperar que el mercader acuda en tu búsqueda. La esencia de cualquier negociación: sólo puede obtener algo bueno quien esté dispuesto a renunciar a todo. La costumbre de demandar dinero por grabarlos o tomarles fotos me pareció inaceptable.

Es paradójico que en esta monarquía cuasi absoluta, con un parlamento de facultades muy limitadas y un rey que no quiere abandonar sus prerrogativas, los tenderos te inciten a proponer por sus mercaderías “un precio democrático”.

Fuimos a cubrir las primeras elecciones luego de una reforma constitucional prácticamente inocua. Una hora antes de que cerrasen los comicios, la participación rondaba el 25% del padrón. Sorpresivamente, una hora después la cifra había trepado al 45%. Con todo, no parecen cifras de participación para entusiasmarse, y la gente con intereses en la elección lo estaba. La vehemencia con que el gobierno y sus agentes se interesan por que el periodismo internacional refleje el proceso con bondad reafirma mi convicción: cuanto más conozco a los Estados-policías árabes, más quiero a mi democracia liberal.